En el mes de diciembre del 2015 Martha Nussbaum, una filósofa norteamericana, pronunció un discurso en la ciudad de Medellín en el cual incluyó el tema sobre las capacidades ciudadanas para el desarrollo humano. Esto fue lo que dijo:
“Si una nación quiere promover ese tipo de democracia humana, sensible a las personas, una dedicada a la promoción de oportunidades para ‘la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad’ para todos y cada uno, qué habilidades necesitará producir en sus ciudadanos. Por lo menos las siguientes parecen cruciales:
• La capacidad de deliberar bien acerca de los problemas políticos que afectan a la nación, para examinar, reflexionar, discutir, y debatir, sin deferir de la tradición ni de la autoridad
• La capacidad de pensar en el bien de la nación como un todo, no sólo del propio grupo local, y para ver la propia nación, a su vez, como parte de un orden mundial complicado en el que problemas de muchos tipos requieren de una deliberación transnacional inteligente para su resolución
• La capacidad de preocuparse por la vida de otros, de imaginar lo que las políticas de muchos tipos significan en cuanto a las oportunidades y experiencias de uno de sus conciudadanos, de muchos tipos, y para la gente fuera de su propia nación”(2).
Esta segunda capacidad implica vernos como “ciudadanos del mundo” porque estamos afectados, profundamente afectados, por lo que sucede a nivel global pero, al mismo tiempo, con nuestro comportamiento podemos afectar al resto del mundo.
Por ello es importante entender el fenómeno del calentamiento global. En síntesis, la temperatura de la tierra va en aumento como consecuencia de causas naturales y de la intervención humana; los científicos consideran que el calentamiento global actual se explica esencialmente por causa de actividades humanas.
Este calentamiento global de origen antrópico es producido por la acumulación en la atmósfera del gas dióxido de carbono - CO2 - emitido por la quema de combustibles fósiles como los hidrocarburos y el carbón, y por la deforestación; la acumulación de CO2 en la atmósfera causada por el hombre viene presentándose especialmente a partir de la era industrial – 1750 - pero en años recientes – desde 1970 - ha venido incrementándose sobre niveles no alcanzados en cientos de miles de años. En marzo de 2015 la concentración mensual de CO2 llegó a 400 partes por millón, la más alta en varios millones de años. Estos gases acumulados retienen calor en la atmósfera y producen un efecto invernadero que consiste en el aumento en la temperatura de la atmósfera y la superficie de la tierra. Las proyecciones de los “modelos climáticos indican que durante el presente siglo la temperatura superficial global subirá probablemente 0,3 a 1,7 °C para su escenario de emisiones más bajas usando mitigación estricta y 2,6 a 4,8 °C para las mayores emisiones”(3). Los Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Rusia, China, otros países de Europa y Eurasia producen el 71,6% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Las consecuencias de este fenómeno serán: la acidificación de los océanos y el aumento del nivel del mar porque se derriten los glaciares, los cambios en los ecosistemas terrestres y la reducción de su biodiversidad, la extinción de muchas especies animales y vegetales que no podrían vivir en ese medio más cálido, el cambio obligado de vocación de los suelos y la potencial crisis alimentaria porque muchas especies vegetales solo se adecúan a determinadas temperaturas, la reubicación obligada de mucha población residentes en el nivel del mar, las sequías y expansión de los desiertos, la crisis hídrica pero también las inundaciones. Otro efecto, que ya estamos viviendo, es la presencia de fenómenos climáticos extremos y más frecuentes. Estos impactos podrían ser dramáticos y catastróficos para muchas especies de vida sobre la tierra, incluyendo, por supuesto para parte de los seres humanos.
Desde 1992 algunos de los países más industrializados (con excepción de los EEUU y China) y luego todo los países del sistema de las Naciones Unidas se comprometieron a poner en marcha diferentes tipos de medidas para reducir la emisión atmosférica de gases de efecto invernadero. La meta propuesta es limitar el incremento de la temperatura media global a menos de 2º C o incluso por debajo de 1,5º C. No obstante, el compromiso suscrito en Kioto y luego en Copenhague, Cancún y París ha sido muy pobre, a pesar de los llamados de urgencia, porque afecta los intereses de las grandes empresas multinacionales productoras de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas), las cuales no solo no han disminuido las emisiones sino que las han aumentado desde Kioto (1997) y se vienen enriqueciendo aún a costa de poner en riesgo el futuro de toda la humanidad.
Es aquí donde surge el tema de la urgente necesidad de disminuir la producción y uso de los combustibles fósiles como fuente predominante de energía no renovable y de la introducción de otras alternativas de producción de energía renovable, más limpia y menos contaminante, justamente para mitigar el cambio climático. Estas fuentes de energía son diversas, entre las cuales se encuentra la energía de pequeños aprovechamientos hidroeléctricos (ley 1715 de 2014), que son mundialmente considerados como fuentes de energía sostenibles y que “pueden desempeñar un papel crucial en la reducción de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, lo que contribuiría a la estabilización de los sistemas climáticos y en la transición sostenible, segura y sin sobresaltos hacia una economía baja en carbono”(4).
La construcción de microcentrales productoras de energía hidráulica inscrita en este contexto mundial es un interés de la humanidad y un interés del movimiento mundial contra las emisiones de combustibles fósiles. Y podría ser también un interés de las comunidades locales municipales o de grupos de municipios que podrían satisfacer sus propias necesidades energéticas y colocar sus excedentes en el mercado nacional de energía.
Naturalmente cumpliendo todos los requisitos de minimizar los impactos ambientales con mínimas alteraciones de la estructura y el funcionamiento de los caudales de ríos y quebradas (tal como lo establece la política departamental del agua), esas plantas de energía pueden ser una fuente de empleo y de recursos para las comunidades locales y para los municipios, así como una forma de ejercicio de la autonomía local, de ejercicio de soberanía sobre el patrimonio hídrico y natural.
No es comprensible que esa fuente de recursos indispensables para el bienestar de las comunidades locales y la protección del medio ambiente se esté yendo a manos privadas cuyo principal interés es el lucro de propietarios y accionistas.
(1) Las ideas expuestas en este artículo solo comprometen a su autor.
(2) Discurso de Martha Nussbaum al recibir el doctorado honoris causa de la UdeA.
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