14 de abril de 2016

Lo que somos y podemos perder


EDITORIAL

La disgregación del Suroeste es una debilidad compartida entre los municipios que componen la subregión antioqueña. Debilidad frente a los planes del gobierno nacional que basa su política económica en un ideal de globalización, donde algunos países condicionan sus economías para que la riqueza de las multinacionales y el nivel adquisitivo de los habitantes de otros países sean tan altos que permitan incluso el derroche en un mundo pleno de necesidades. Sobra decir en cuál grupo de países se encuentra el nuestro.

Debilidad también frente a la dimensión del poder económico, político y cultural que ejerce el área metropolitana sobre nuestros pueblos. Las universidades, los centros hospitalarios, las ofertas culturales, la industria, el gran comercio, las comunicaciones, los negocios y las decisiones políticas están allí, concentradas y dispuestas inequitativamente.

Debilidad ante nuestras propias mezquindades y torpezas. Mezquindad cuando, pudiendo hacerlo, no favorecemos al campesino; egoísmo, cuando enceguecidos por una propaganda sin fundamento y plagada de odio y oportunismo, cerramos la puerta y el corazón para que cesen los asesinatos entre colombianos, el desplazamiento de millones de familias campesinas, el secuestro, el reclutamiento de menores y la desaparición de seres queridos.

Torpeza es desperdiciar nuestras potencialidades y recursos disponiéndolos al servicio del capital y la avaricia extranjera, es desconocer lo que hemos construido, a pesar de las dificultades, o gracias a ellas, para abrazar los ideales que nos encadenan en procesos destructores de la naturaleza, como si el ideal fuera vivir en un mundo contaminado, voraz, atiborrado de cosas superfluas que nos angustian por carecer de ellas.

En el Suroeste persiste una identidad cultural agonizante, pues como señala el alcalde de Támesis en la entrevista que incluimos en la presente edición: “Si no invertimos la tendencia de despoblamiento rural, en unos 25 o 30 años no tendríamos más campesinos”, es decir, estamos expuestos a perder la base de nuestra identidad que es la vida campesina y pueblerina.

¿Cómo, entonces, medio millón aproximado de habitantes del Suroeste, hijos de una historia campesina, cafetera y agropecuaria al occidente del Cauca, carbonífera y agropecuaria al oriente, retomamos el curso de nuestro destino que cedimos en la vana ilusión del dinero fácil que prometía el tráfico de desengaños y tropelías, o que escondimos y olvidamos junto al orgullo por la honestidad y la franqueza mortalmente amenazadas por la prepotencia de las armas, o que entregamos a cambio de migajas y floridas promesas de quienes, conociendo nosotros sus fechorías, cada cuatro años enarbolan falsas banderas de paternalismo, cambio y transparencia?

No encontramos mejor opción que unir, integrar, lo mejor de todos nosotros, nuestra voluntad y tesón, nuestra franqueza y humildad, para encarar lo que somos, en lo que estamos y lo que podemos perder si no nos decidimos a ganar. ¿Ganar qué? Ganar lo que nos quieren quitar: el agua para las minas, las hidroelectrícas y la especulación bancaria, las tierras para los pinos, para las parcelaciones, el alma para brindarnos el consumo de carajadas, lo que somos para ser nadie entre multitud de nadies.

Reconstruyamos lo que nos permite ser dignos: ser campesinos suroestanos.


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